24 de enero de 2006

Carmelo 2006 - por Adelina

De nuestro viaje a Brasil nos separa apenas un mes, que se vuelve ansiosamente insoportable... Intentar una fugaz escapada es un buen recurso para sobrellevar la espera, y este último fin de semana se me presentó la posibilidad de visitar a mi familia que está vacacionando en barco en Carmelo.

Se trata de un pueblo Uruguayo tan particular que pese a tener un Puerto Internacional, bien podría ser un Club social y deportivo. Sus 30.000 habitantes apenas superan la cantidad de socios del Club San Fernando y los usos y costumbres propios del lugar llegan a transformar los hábitos de los muchos navegantes, que la eligen rendidos a su encanto.

La breve distancia que nos separa de este pueblo, hace que uno se olvide que en realidad se está saliendo del país y es entonces en donde el hecho de completar papeletas en las hay que declarar si uno ha cometido algún tipo de crimen en los últimos tres meses, si ha participado en el robo a las Cajas de Seguridad del Banco Rio de Acasusso, si consume drogas, a qué hora, a qué temperatura ambiente relativa y demás condiciones igualmente pertinentes, resulta de lo más extraño.
Al desembarcar de la Delta Cat, me propuse marcar tendencia e imprimir en Carmelo algún toque de glamour para que las desalineadas mujeres de la ciudad pudieran recordarme por siempre.

Traje conmigo muchas valijas. Hay mucho brillo, mucha bijou y mucha pero muchísima madera”. Horas más tarde se conocería que esta apreciación no era más que una fachada para tapar el tráfico ilegal de Coca-colas por el que me sentía una narcotraficante menor, respondiendo al pedido desesperado de mi hermano Kevin de 14 años.

El goce por la comida es para mi familia un tema trascendente y la provisión de la misma fue una de las inevitables actividades, fue entonces cuando descubrí algunos fenómenos que me conmovieron. Ya en nuestro viaje a Brasil habíamos descubierto con Fernanda que en este territorio “la sal no sala y el azúcar no endulza”, y parece que en Uruguay el tema tiene que ver con la coloración de los alimentos, es así como pude ver tomates rosas, yemas de huevo anaranjadas y membrillos color cerveza.

La gente de las amarras siempre organiza alguna actividad nocturna mancomunada y esa noche mi familia había decidido sumarse, motivados más aún por mi rauda visita. Un ómnibus del año 1966 directamente traído desde la vieja Habana nos llevaría a una Finca en donde comeríamos ravioles con sutil sabor a humedad.

Se sabe que este transporte tiene la particularidad de ser el único disponible en todo el pueblo, por lo tanto, para poder complacer al turismo abandona su recorrido habitual y se dispone a estas tareas extras. Su ostensible deterioro apenas le permitió soportar el peso de las 43 personas que debía llevar... lo que siguió fueron los chispazos que salían de la rueda dando un marco navideño a la escena, que cobraba mayor veracidad por el olor a quemado reinante.

Mientras tanto el chofer ante las advertencias de riesgo aceleraba todavía más, agudizando el sonido y el peligro.

La mañana siguiente nos encontró a Katherine -mi hermana de 10 años- y a mí con el firme deseo de ser más glamorosas aún, manejar nuestra independencia, poder hacer compras y ser felices de una buena vez, así que partimos en bicicleta rumbo al pueblo a las emblemáticas tiendas Montevideo, en donde uno puede hacer navegar un poco sus vanidades por apenas unos Uruguayos.

El domingo fue un despliegue insolente de actividades que el resto de las embarcaciones pretendían imitar sin demasiado talento, porque desde luego nadie es capaz de cocinar mejillones a la provenzal generando un agolpamiento de almas buscando degustar al menos un mísero molusco, intentar dominar el wakebord sin embarcación que te propulse, propiciar la lectura banal de revistas desactualizadas, realizar altas artesanías con piedras de poco vuelo, entre otras cosas.

Con el transcurrir de las horas, el sol fue dejando sus marcas en los rostros ebrios de gozo y algún que otro alcohol. El tiempo se me terminaba pero me marchaba feliz por llevarme conmigo otra gran experiencia a bordo de este emblemático crucero Dublín, que como dijo mi amiga Fernanda “se reserva cada vez más el acceso exclusivo de gente acreditada por algún talento comprobable”.

2 comentarios:

Fernanda dijo...

Muy bueno lo del micro echando chispas, con 43 pasajeros en su interior. Re-conaprole.

Fernanda dijo...

¿Carmelo es un club dentro de la provincia argentina de Uruguay?
Qué grosso.